Se iniciaba el liderazgo separatista del Sr. Pujol. Apareció en la pantalla del televisor proclamando con voz campanuda: “Cataluña es nación, España no es nación”. Solté una carcajada. A lo ridículo de su figura, se unía la vaciedad de su afirmación.
Pensé: ¿se atreverá este insensato a negar la realidad de España? ¡Qué más da que España sea, o no, nación! Su intervención en la historia universal es evidente. A su protagonismo en Las Navas, Otumba, Mühlberg, Lepanto, ¿le añade algo el ser nación?
Y ¿por qué Cataluña es nación y España no? ¿Es que alguien sabe lo que es una nación? En nuestra juventud tropezábamos frecuentemente con esa palabra. Intentábamos tener un concepto claro de ella. Imposible. Según qué pensadores la nación era una u otra cosa. Entre los pensadores carlistas de la época, encontré una frase aclaratoria: «El de nación es el concepto más difuso del derecho político”.
Efectivamente: ya Cervantes, en su novela ejemplar “La Señora Cornelia”, hablaba de la nación vizcaína. Es evidente que no daría al término nación el mismo valor que Sabino de Arana, tres siglos después.
Desde entonces no me he preocupado más. He llegado a la conclusión que no debo tenerlo en cuenta. Es un término al que la Revolución le ha atribuido unas cualidades soñadas con las que engañan a las multitudes. De los nacionalismos que conozco, el vasco es la mayor colección de mentiras y de contradicciones.
Por eso recomiendo a nuestros lectores y propagandistas que, cuando de encuentre con el término nación, no le den gran importancia.
Como carlista no me enfrento de entrada a quien afirme que Cataluña es nación. La cuestión viene después. Cuando al término nación se le ha atribuido un valor de título que, ostentado por Cataluña en este caso, niega su realidad española.
Nota de Redacción: publicado por Carlos Ibáñez Quintana en ahorainformacion.es
